La pareja es un acuerdo entre dos, un acto de voluntad, un proyecto en común en donde cada una de las partes debiera ser autónoma. De esta manera, la persona se reconoce capaz de salir adelante con sus propios recursos; es decir, es independiente y también acepta el hecho de que la presencia del otro le permite cubrir determinadas necesidades.
Al establecerse la alianza, una pareja transita por distintas etapas que la hacen crecer, madurar y evolucionar. En esta ocasión hablaré del periodo de conversión que va del enamoramiento al amor, comenzando por identificar las características de cada fase, pero sobre todo, para quienes gustan de la vida en común, reconocer que los seres humanos vivimos en proceso y somos proceso; de ahí que el cambio es necesario, renueva y le da continuidad a la relación.
Sabemos que el amor es una emoción primaria con la que nacemos, que nos mueve como seres humanos y que muchas veces nos lleva a tomar decisiones, cambiar prioridades, descubrir sentimientos, crear nuevas formas, escribir historias y a pesar de los que se diga, es una fuerza que sigue y seguirá moviendo al mundo.
El tiempo de enamoramiento en una pareja es más breve que la etapa del amor y se vive en forma más intensa. Generalmente, al enamorarnos hay novedad, nos sentimos como fuera de realidad, presentamos síntomas físicos a flor de piel como las “mariposas en el estómago”, idealizamos a la pareja y a la situación, nos volvemos menos funcionales y hasta segregamos productos químicos de nuestro cuerpo que nos mantienen “alerta” a nuestro entorno.
Al pasar al amor, toda esta intensidad disminuye, la sintomatología física se estabiliza y la relación comienza a tomar cierta forma, se establecen acuerdos y el rol de cada integrante comienza a definirse después de una lucha de poderes por ejercer el control.
Sin embargo, en muchos de los casos, este recorrido del enamoramiento al amor se presenta como una “crisis”, por la pérdida de la novedad y de este “éxtasis” tan placentero que nos brindan nuestras sensaciones, tras el cual, si se da un trabajo en equipo, se presentarán las ganancias que la evolución de la relación por si misma implica.
El transformarse como pareja hacia algo mucho más amoroso brinda a sus integrantes la oportunidad de construir algo con el otro, de crear un fondo, una base de apoyo y una red de contención. Es en este momento en que se da y se fortalece un lazo de confianza en común.
¿Pero qué se requiere para lograr este salto cuántico sin perderse en el camino? Como lo mencioné de manera anterior, la voluntad es el ingrediente esencial y de ahí parten el resto de los componentes que le darán fuerza a este “progresar” juntos. Darse el tiempo para revisar lo recorrido tomando a la experiencia como referencia; definir y re definir hacia dónde se quiere ir, tomando siempre en cuenta las necesidades del otro a través de un diálogo honesto y amoroso, brinda claridad y certeza. Tomar decisiones, negociar en forma justa y equitativa, delimitar fronteras, con la idea de que cada quien hace lo mejor que puede y conscientes de que somos seres limitados, son acciones que también contribuyen al crecimiento de la pareja.
En conclusión, la pareja es una relación que se cultiva y su continuidad y permanencia es multifactorial, sin embargo, hay factores que se pueden controlar cuando los interesados asumen con responsabilidad la parte que les corresponde por convicción propia y por el gusto de caminar de la mano por la vida.