¿Cuántos de nosotros crecimos con la creencia de que enojarse es incorrecto? Frases como “el que se enoja pierde” y “las niñas bonitas no se enojan o se ven más lindas sonriendo”, entre otras, son utilizadas como una manera de controlar una emoción que, más allá de ser inadecuada, es necesaria para nuestra sobrevivencia.
El enojo tiene como función principal poner límites y proteger nuestras fronteras, es una forma en que nuestro organismo nos comunica que no estamos de acuerdo con algo, que nos sentimos sobre pasados y que tenemos que hacer algo al respecto.
Generalmente, el enojo se manifiesta en nuestro cuerpo a través de formas muy características: fruncimos el ceño, nuestra cara se torna colorada, apretamos los puños de las manos, sentimos caliente por dentro, el estómago se constriñe y nuestra corporalidad denota un estado de defensa, entre otros síntomas.
Desde mi punto de vista, considero que el desconocimiento en el manejo adecuado del enojo es lo que lo posiciona social y culturalmente como una experiencia negativa, debido a que muchas veces reaccionamos desde el impulso y no medimos las consecuencias de nuestros actos o de las palabras que decimos.
Y entonces, ¿cómo manejar el enojo en forma asertiva? Lo primero que tenemos que entender es que el enojo es un sentimiento con el que venimos equipados al nacer, que nos protege, por lo que tendríamos que comenzar por reconciliarnos con la falsa idea de que lo debemos evitar y reconocerle que, a lo largo de la vida, nos ha permitido conocer y mostrar nuestros límites.
Después, es necesario que aprendamos a regularlo. Una manera de lograrlo es que al reconocer las sensaciones que aparecen en nuestro organismo al momento de enojarnos, hacer consciencia y saber que en nuestras manos está el destino que le queramos dar.
Respirar hondo sería el siguiente paso, esto nos da la oportunidad de parar, aclarar el pensamiento y de apoyarnos en esta función organísmica que, además de ser necesaria para vivir, es aliada en el manejo de las emociones.
Retirarnos hacia un espacio que nos permita calmarnos por unos minutos, evita que actuemos en automático para así visualizar la mejor estrategia para resolver la situación. Una vez ya serenos, podremos externar y comunicar de manera asertiva lo que nos molesta, sin tener que sufrir las consecuencias de una respuesta impulsiva.
En conclusión, el enojo se vale, lo que no está bien es no hacernos responsables de lo que sentimos y de las consecuencias de nuestros actos.