Nuestras sensaciones, emociones y sentimientos tienen la función de responder a una serie de estímulos internos y externos, así como proveernos de información acerca de cómo percibimos el mundo y cómo nos sentimos ante determinados eventos y situaciones que enfrentamos día con día.
En mi experiencia psicoterapéutica me he topado con quienes refieren que por ser “demasiado emocionales” tienen problemas, o que al ser “más lógicos” evitarán ser vulnerables, entre otras afirmaciones. En realidad, las sensaciones y las emociones tienen como propósito el satisfacer determinadas necesidades que si no somos capaces de detectar, no solamente no desaparecerán, si no que se instalarán en alguna parte de nuestro ser como un estado de malestar, frustración o asunto inconcluso pendiente por resolver.
De acuerdo a nuestra personalidad, aprendizajes y educación cada quien experimenta sus sensaciones y emociones de manera muy particular: las primeras se sienten a un nivel corporal, por ejemplo, cuando me sonrojo al sentir vergüenza o cuando al enfrentar una situación de riesgo los latidos de mi corazón se aceleran. Las segundas, se manifiestan a través reacciones intensas de corta duración apareciendo de manera posterior a la sensación. Los sentimientos tienen que ver con la manera en que interpretamos nuestras experiencias y tienen un significado personal.
Cabe destacar que el nivel de energía que cada quien deposita en sus emociones es distinto; asimismo, lo que para alguien puede sentirse agradable no necesariamente lo es para el otro; por ejemplo, yo percibo a la tristeza como una oportunidad para retirarme del entorno y reflexionar, pero en nuestra cultura el sentirse triste puede percibirse como un estado negativo que es mejor evitar.
Ahora bien, cada emoción tiene su propia función y cada una busca resolver una necesidad en el presente. Para hacer de las emociones nuestras aliadas, es importante que en primera instancia aprendamos a reconocerlas en nosotros mismos y en los demás, ya que éstas pueden funcionar como un termómetro para comprender qué es lo que nos pasa o para reconocer las reacciones de quienes nos rodean.
Al igual, debemos comprender sus causas y consecuencias, entender qué es lo que las origina para atender la demanda del momento, así como tener presente que dependiendo de cómo las manejemos obtendremos un resultado. Toda emoción tiene una parte funcional y otra disfuncional, un ejemplo muy claro es la culpa, que cuando me permite reconocer mis errores y pedir perdón, es saludable. Una culpa patológica sería cuando me inmovilizo y no tomo decisiones por no querer afectar a alguien más, a costa de mi bienestar.
Saber darle el nombre preciso y adecuado a las emociones, es indispensable para comprendernos y hacernos entender. Ampliar nuestro vocabulario emocional nos permitirá ser mucho más claros y puntuales en lo que queremos expresar. Por ejemplo, para mí es distinto cuando digo que me siento alegre que cuando estoy feliz. La primera, me refiere a un instante de satisfacción momentánea; la segunda, a un estado de paz y serenidad mucho más prolongado.
Finalmente, ser capaces de encausar y moderar las emociones de manera adecuada nos permite, además de lograr un sentido de bienestar general, mejorar nuestras relaciones personales y resolver nuestras necesidades en el presente. Existen diferentes maneras de lograrlo. En mi próximo artículo “Emociones, aliadas de vida”, segunda parte, te estaré compartiendo algunas recomendaciones acerca del manejo inteligente de las emociones que espero te sean de utilidad.