Cuantas veces en la vida nos hemos sentido culpables por infinidad de razones. En mi experiencia como psicoterapeuta, como en mi vida personal, el sentimiento de culpa generalmente proviene de una serie de conductas aprendidas y de determinados condicionamientos sociales.
Más que ser algo innato en el ser humano, la culpa tiene que ver con lo que cada quien entiende como “bueno” y “malo” a partir de su propia experiencia y los valores impuestos, los cuales no necesariamente fueron elegidos por cada uno de nosotros en una búsqueda por pertenecer y ser aceptado por los otros.
Cada cultura establece lo que es y no es socialmente correcto y sus integrantes deben de ajustarse a los comportamientos esperados, de ahí que cuando alguien viola alguna ley es juzgado “culpable” y se le castiga. Desde un punto de vista funcional, el fijar reglas busca garantizar el orden y evitar prácticas inadecuadas. El problema es cuando la culpa se utiliza como instrumento de manipulación o para señalar a otros como inadecuados, por así convenir a ciertos intereses particulares o cuando se convierte en un obstáculo para nuestro desarrollo personal.
Desde un punto de vista saludable, la culpa nos permite reconocer nuestros errores al herir a alguien, al haber actuado “mal” o por saltarnos las normas. En este caso, a través de este sentimiento reparamos y nos conciliamos unos con otros.
Como la vergüenza, la culpa en una reacción negativa al sí mismo, que puede surgir de una mezcla entre miedo y el enojo, y que en su mayoría de las veces se basa en una serie de ideas que heredamos, nos creímos y que no necesariamente corresponden con nuestra esencia.
Permitirte cuestionarte lo que resulta adecuado o no para ti, a partir del reconocimiento de tus propias necesidades, te brinda la oportunidad de darte cuenta de cuando la culpa es auténtica o no; al surgir en forma genuina desde tu interior, la culpa se convierte en un proceso reparador para hacer las paces contigo mismo y con los otros.
En terapia buscamos diferenciar entre lo que nos pertenece y lo que no, es decir, nos responsabilizamos de lo que es nuestro, desde emociones, sensaciones, pensamientos hasta nuestras acciones. Es a partir de este reconocimiento que logramos integrar aquellos valores que van con nuestra esencia y nos volvemos congruentes.
Alinear nuestras emociones, pensamientos y acciones nos conduce a un camino de libertad.